La pandemia de covid-19, provocada por el coronavirus SARS-Cov-2, ha provocado el confinamiento domiciliario obligatorio o voluntario en muchos países.
Este confinamiento ha producido, a su vez, una gran crisis económica. Por ejemplo, se prevé que el PIB de España en 2020 decrezca un 10%. Algo parecido ocurre en todos los países. Además, el comercio internacional se ha reducido sobremanera, porque muchas fronteras se han cerrado, para evitar la importación de nuevos casos de Covid-19. Por tanto, el PIB mundial sufrirá una gran pérdida. Esto puede acarrear el cierre de muchas empresas y grandes incrementos del paro laboral. Para suavizar el impacto el Estado español ya está pagando hasta el 70% de muchos salarios. Algunos dicen que esta crisis económica puede sumirnos en una escasez económica similar a la de la crisis de 1929, cuando la gente hacía cola para tomar una sopa caliente de caridad.
Ante estas previsiones, los Estados y las organizaciones de Estados, como la Unión Europea, la Unión de Estados Americanos, los BRIC, etc. diseñan planes económicos para reflotar la economía, similares al antiguo New Deal (“Nuevo Trato”) de los Estados Unidos, aplicado entre 1933 y 1938, o al Plan Marshall para la reconstrucción de Europa tras la Segunda Guerra Mundial, aplicado entre 1948-1951. Por ejemplo, se habla de un nuevo Plan Marshal europeo para los propios europeos, por 500.000 millones de euros.
Ahora bien, la pandemia de covid-19 no es el único problema que nos acecha, ni el más grave. La inminencia de los casos de covid-19 ha hecho que olvidemos el problema del siglo, de la era y de la historia: el cambio climático.
Además, el cambio climático y el covid-19 no son sucesos independientes, sino que están relacionados: el cambio climático es causa de que algunos virus hagan el salto zoonótico desde las especies animales que habitan a los humanos. Esta relación de causalidad se puede explicar de dos modos diferentes, uno sencillo y otro algo más complejo.
La explicación sencilla dice así. 1) Por un lado, la misma actividad humana de deforestación que agrava el cambio climático, por ejemplo en la Amazonia, y por otro lado el cambio climático por sí mismo al desertificar amplios territorios, por ejemplo en el sur de la Península ibérica, producen la reducción territorial de muchos ecosistemas. 2) La reducción de los ecosistemas hace que los animales y el hombre tengan que convivir más estrechamente. 3) Esto incrementa las posibilidades de la zoonosis, es decir, de que los virus salten de animales a humanos.
La explicación compleja dice lo siguiente. 1) La actividad humana y el cambio climático producen una basta reducción de la biodiversidad. La pérdida de biodiversidad es tan grave, que estamos en el “Sexto periodo de extinción masiva”, con tasas de extinción de 100 a 1000 veces superiores a las normales. Esta sería una de las principales características del Antropoceno, la época geológica en la que nuestra especie humana está dejando en la geología del planeta marcas que normalmente se producirían en millones de años. 2) La extinción de la diversidad produce que unas especies desaparezcan y otras aumenten extremadamente su población. Si casualmente aumentan su población especies portadoras de virus, tenemos más probabilidades de que el virus salte a los humanos.
Por tanto, el cambio climático es causa de que más virus salten de los animales a los humanos. ¿Qué haremos para detenerlo? ¿Actuaremos frente al cambio climático como esos países —la mayoría— que hemos actuado tarde y sin medios frente al covid-19? En el asunto del covid-19, actuar tarde puede suponer, por ejemplo, 30 millones de muertos más a nivel mundial. Pero en el asunto del cambio climático, actuar tarde puede suponer quedarnos con 0 planetas habitables para la humanidad. Por eso, debemos comenzar ya mismo a tomar medidas económicas serias contra el cambio climático.
Sería un gran despropósito, desarrollar un “Plan Marshall” de miles de millones de euros y o dólares, para reflotar la economía contaminante anterior al covid-19, para luego, más adelante, en un plazo indefinido, intentar modificar esa misma economía en una dirección contraria no contaminante. Hay que tener en cuenta que los Planes Marshall no son dinero caído del cielo, sino créditos que hay que pagar durante años y años de trabajo, y que merman los recursos para otras cuestiones. Por ejemplo, tras la crisis de 2008, el rescate de la banca española costó 50.000 millones de euros, y nos ha costado 10 años volver a la normalidad económica. Si ahora rescatamos la economía con 150.000 millones de euros, ¿cuántos años necesitaremos para volver a la normalidad? ¿Qué otros recursos podremos utilizar durante esos años para luchar contra el cambio climático? No se puede remar en dos direcciones contrarias a la vez.
Lo que hay que hacer es aprovechar la coyuntura actual, para darle la estocada final a la economía contaminante del carbono precovid-19, fusionar los fondos del nuevo Plan Marshall con los fondos para la economía verde que Europa estaba planeando justo antes de que apareciera el covid-19 (1 billón de euros a invertir en 10 años) y seguir una única estrategia de reconstrucción verde de la economía post-covid-19. Pero ¿cómo?
El cambio climático es producido principalmente por la gran cantidad de CO2 que nuestra combustión de combustibles fósiles, como el carbón y el petróleo produce y lanza a la atmósfera. En Europa, año 2016, este CO2 era producido por las siguientes fuentes:
.- el 3% en el tratamiento de residuos,
.- el 12% en la agricultura,
.- el 13% en viviendas y servicios,
.- el 20% en la industria,
.- el 22% en transporte,
.- el 30% en la producción de electricidad.
Además, hay que tener en cuenta que de todo el CO2,
.- el 30% es reabsorbido por los árboles,
.- el 25% es reabsorbido por el plancton de los océanos.
Por tanto, la estrategia a seguir es clara: hay que disminuir la producción de CO2, disminuyendo el consumo de combustibles fósiles, y hay que aumentar la reabsorción de CO2 plantando millones y millones de árboles. Para llegar a esos resultados finales, hay que tomar medidas concretas, como las siguientes.
Todos los créditos y deudas públicas, de todos los bancos, bancos centrales (BCE, FED americana, etc.) y bancos de bancos centrales (FMI, Banco Internacional de Pagos, etc.), así como todas las posibles condonaciones y renegociaciones de deuda, e instrumentos de pago, deberán condicionarse al cumplimiento de estrictas condiciones ecológicas. Por ejemplo, Brasil y otros países no deberían recibir ninguna ayuda, ningún crédito, ninguna compra internacional, si no se comprometen a conservar la Amazonia como pulmón verde de la humanidad; las fábricas de coches no deberían recibir ninguna ayuda mientras sigan produciendo vehículos de gasolina, etc.
El covid-19 nos ha enseñado una cosa: cuando no se adoptan medidas tempranas y eficaces, tenemos que tomar medidas drásticas masivas, incluso limitando las libertades de la población. Lo mismo ocurrirá con el cambio climático. La ausencia de medidas tempranas suaves nos obligará a tomar drásticas medidas tardías.
El 30% del CO2 se emite al producir electricidad. Las centrales eléctricas de combustión deben ser rápidamente reemplazadas por centrales solares, eólicas y marítimas undimotrices (de las olas) y mareomotrices (de las mareas). Sabemos que hay un inconveniente: los días sin sol, viento ni olas, nos quedaríamos sin con menos electricidad, y es imposible construir las baterías que necesitaríamos para esos días. Pero las mareas casi siempre fluyen, y además hay otro modo de almacenar la energía del sol, el viento, las olas y las mareas: subiendo agua a una presa.
El 22% del CO2 se emite en el transporte. Ya hay medidas que limitan el acceso de vehículos con matrículas pares o impares en días alternos a los centros de las grandes ciudades. Estas medidas deberían extremarse hasta el punto de prohibir la circulación de vehículos de hidrocarburos durante épocas más o menos largas. Si confinamos las personas en sus casas, ¿por qué no confinar los coches en sus garajes? Para transportar 100 kg de persona movemos 500 kg de coche, quemando hidrocarburos, lo cual es un desatino ecológico. Bastaría con cambiar la mayoría de los coches por motos de tres ruedas y con cubierta, para reducir las emisiones de CO2 un 15% del total, en Europa. Por lo demás, hay que fomentar el transporte público en detrimento de los coches privados.
Los árboles absorben actualmente el 30% del CO2 que producimos, y el plancton oceánico absorben el 25%. Si duplicáramos el número de árboles existentes se absorbería otro 30% más. Plantar millones de árboles es seguramente la medida más económica para luchar contra el cambio climático. Los Estados deberían planificar la reforestación de sus territorios, e implantar un impuesto específico para ello. Por ejemplo, una parte del IVA debería dedicarse obligatoriamente a la reforestación. Esto vincularía muy claramente el consumo con la reforestación. Así, quien más consumiera, más tendría que reforestar.
Los Estados deben reorganizar sus territorios con nuevas infraestructuras de bosques, centrales eléctricas solares, eólicas, undimotrices y mareomotrices, presas de elevación de agua, y trenes para el transporte público. El rescate de la economía tras la pandemia de covid-19 no debe realizarse rescatando viejas empresas, como las del turismo, ni pagando viejos salarios, sino invirtiendo en las infraestructuras del Green New Deal.
Del mismo modo que el mercado no puede poner faros, porque ningún barco paga por sus servicios, ni los fareros pueden asegurarse el cobro de los servicios prestados, nadie pagará espontáneamente por recoger un beneficio climático a 50 años vista, ni las generaciones venideras tienen capacidad económica actualmente. El mercado no puede solventar por sí mismo el problema del cambio climático. Se podrán crear mercados artificiales que fomenten la actividad empresarial en determinadas direcciones, pero el diseño del plan debe ser centralizado a la mayor escala posible. La imprescindible reestructuración de las infraestructuras para detener el cambio climático y salvar la habitabilidad humana del planeta, debe ser dirigida desde los Estados en colaboración con la élite financiera mundial.
Basta ya de fiestecillas puntuales como la del Día de la Tierra y otras semejantes. Hablemos de medidas reales y masivas, ya. Mientras otros invierten en viajar a Marte, exijamos la Luna, para salvar la Tierra. Es el momento.